La puta de la escalera
El portal se abrió y subió por las escaleras hasta la cuarta planta, todo el edificio en sepulcral silencio. Encontró las cinco puertas cerradas y buscó la que correspondía al hombre, la letra C, desde la penumbra del pasillo lateral. Sabía que si cruzaba el pasillo probablemente él abriría la puerta y ya no tendría forma de escabullirse. Apagó el móvil antes de que él volviese a llamar y dejó que pasaran los minutos, agazapada en las escaleras, reprimiendo el aterrador impulso de llamar al timbre. Subió entonces hasta la última planta, procurando no hacer el menor ruido de tacones y encontró un rincón oscuro donde ocultarse en el caso improbable de que algún vecino del bloque saliese de casa. Se quitó los zapatos y las correas de cuero de llevaba en las muñecas y los ocultó en la maceta de una de las plantas. Después se quitó los pantalones y empezó a tocarse por encima de los pantys. Decidió entonces que el juego no era suficientemente arriesgado y que tenía que buscar una forma de hacerlo más excitante. Cruzó el pasillo y bajó a la quinta planta y dejó en una esquina umbría los pantalones. Después bajó una planta más y se deshizo de los pantys ocultándolos en otra de las macetas. Recorrió el pasillo excitada y medio desnuda sintiendo el frío del linóleo en sus pies descalzos. Se quitó la camiseta y con ella en la mano bajó hasta la planta baja y la escondió tras la mesa de conserjería. De pronto se le ocurrió una idea más excitante. Recuperó toda la ropa y la hizo un ovillo entre las manos y casi sin respirar paso junto a la puerta C del cuarto piso, donde vivía el hombre y la dejó junto a la puerta. Se quitó las bragas y el sujetador y los añadió al montón. Después bajó hasta la planta del sótano, con el móvil apagado en la mano, excitada al pensar que si el hombre salía al pasillo encontraría toda su ropa. Mojada y completamente desnuda, se masturbó en el sótano pero enseguida paró al notar que estaba al borde del orgasmo. Pensó entonces que el hombre ya se habría dormido y aquella idea le fastidió el clímax de excitación. Decidió encender el móvil para comprobarlo, y la melodía de inicio resonó en la habitación vacía a pesar de que trataba de amortiguarlo entre los muslos. La había llamado dos veces. La última vez hacía media hora. Era evidente que ya no estaría esperándola. Subió las escaleras hasta el cuarto piso y contempló la ropa delante de la puerta y le hizo una foto, para mandársela al hombre al día siguiente.
Subía las escaleras hasta el sexto piso para terminar de masturbarse arriba cuando el móvil comenzó a sonar y contempló horrorizada que era maduro52. Y tras dos tonos se apresuró a colgar. Seguramente la compañía le había avisado de que el móvil volvía a estar disponible, pensó de pronto, y por un momento temió que el ruido del móvil hubiera despertado a algún vecino. Escuchó una puerta cerrarse abajo y quedó rígida entre dos escalones de la planta sexta, durante un par de minutos pero no logró percibir más ruidos. Volvió a bajar las escaleras y al llegar al cuarto se petrificó al ver que la ropa había desaparecido.
¿se habría confundido de planta? Bajó dos plantas más y volvió a subir, sin encontrar ni rastro de la ropa. Empezó a sentirse tremendamente mal; el pedo se había evaporado de golpe y la excitación se había transformado en un miedo pavoroso. Un mensaje le llegó al teléfono.
«¿sabes qué? Creo que hay una puta desnuda en mi edificio, Si la ves dile que venga al 4ºC y negociaremos.»
Pensó en el largo camino que había hasta casa y durante unos segundos se planteó seriamente recorrerlo desnuda y bajó hasta el portal, pero comprobó a través del cristal que había algo de tráfico y algunos peatones trasnochados. Fue convenciéndose poco a poco que la mejor salida era subir y hablar con el hombre.
«Puedes quedarte el dinero que hay en el bolsillo del vaquero si devuelves lo demás» escribió. No obtuvo respuesta. Esperó un rato más.
«Tienes dos minutos para subir y llamar al timbre. Si tardas más empezaré a cortar tu ropa en pedacitos y ya no habrá nada que negociar.» Ella decidió entonces tragarse el orgullo y llamarlo por teléfono, pero él colgó y al segundo intento había apagado el móvil. Entonces la chica subió apresuradamente las escaleras y se paró junto a la puerta sin atreverse a llamar.
El hombre abrió la puerta y la vio, de puntillas sobre los minúsculos pies blancos, tratando de cubrirse con las manos el pubis y los pechos, en los ojos una expresión azorada.
- Hola. – dijo él recostándose en el marco. – ¿puedo ayudarte en algo?
- Devuélvame la ropa, por favor.
- ¿qué ropa? No sé de que me hablas…
- Por favor. – repitió ella.
- ¿dónde la has perdido? A lo mejor todavía podemos encontrarla.
- La dejé delante de su puerta.
- Ajá…¿y por qué harías una cosa así? No lo entiendo.
- Era una especie de juego.
- Un juego… – repitió él rascándose el mentón. – Interesante. ¿por qué no pasas y me lo cuentas todo?
- ¿algo para beber? ¿café? ¿leche? ¿whisky?¿vodka?
- Whisky. – dijo ella, que había notado que el hombre no tenía prisa por zanjar el asunto y se estaba haciendo a la idea de que iba a tardar un buen rato.
- Así que… Eres una especie de nudista ¿no?
- No. Es un juego. Me gusta masturbarme en lugares públicos.
- Entiendo. Con el morbo de que te pillen ¿no?
- Supongo.
- Entonces… cuando me has llamado esta noche y te he invitado a venir… lo que realmente buscabas era colarte en el edificio para masturbarte en el portal…
- Sí – reconoció ella. – Lo siento mucho, de verdad.
- Naturalmente. Porque te he pillado. Si no te habrías ido tan satisfecha a tu casa ¿o no?
- Sí. – admitió la chica, esperando que su sinceridad la ayudara a aplacar el ánimo del hombre.
- ¿No sabes que si prometes todas esas cosas a un tío y después no te presentas, le provocas un dolor de huevos insoportable? Y peor aún si te desplazas hasta el portal de su casa y llamas al timbre…
- Dígame que quiere que haga a cambio de la ropa.
- ¿ahora con prisas, eh? ¿y si empiezas por dejar que te vea bien las peras?
- Mmmm… ¿los pezones son siempre de ese color o es que tienes frío?Ella se los pellizcó un poco y se giró hacia él para que pudiera verlos.
- Son así.
- Tienes unas tetitas preciosas. – dijo él muy cerca, y levantó las manos para tocarlas un poco. Ella no se quejó mientras él las hacía bailotear con pequeños golpecitos usando los dedos, blandas y puntiagudas y después tiró un poco de los pezones. – Tres dedos de diámetro… vaya.
- Arrodíllate. – pidió él en un susurro excitado y ella entendió, mirándolo con sus ojillos verdes brillantes y se postró ante el hombre que se desabrochó el cordón de los pantalones de chándal. Ella tiró de la ropa para descubrir la lombriz arrugada que salía de entre el pelo rizado y la masajeó un poco con la mano, pero él se la apartó. – Sólo la boca. – dijo, y ella acarició al gusano con la nariz y después le dio un par de tímidos lengüetazos y lo vio crecer un poco y se lo metió en la boca. Pronto la carne fofa e insípida se hinchó dentro del paladar hasta que al final no le cabía más que una pequeña parte y se había vuelto tan dura que apenas le permitía cerrar la mandíbula. En ese momento empezó a sacársela de la boca, apretando los labios contra ella y después volvió a metérsela muy despacio y le acarició el prepucio con la lengua. Volvió a hacerlo cada vez más rápido y pronto reconoció el humillante ritmo viscoso de su propia saliva, al que nunca lograba acostumbrarse, cada vez que hacía una mamada. Levantó los ojos para estudiar la expresión del hombre, que permanecía muy serio y ni siquiera jadeaba. Trató entonces de esforzarse más, paró un momento para tragar saliva y lamió el rabo desde la base a la punta, las manos en las rodillas de él y volvió a chupar todo lo rápidamente que era capaz. El hombre empujó con la cadera y la embistió sin previo aviso y la chica tuvo que apartarse para controlar la arcada. Cuando volvió de nuevo a poner los labios sobre la poya, el hombre la sujetó por la cabeza y empezó a moverse él mismo dentro de la boca, frotándose el rabo en círculos contra los carrillos y los dientes de la chica, y después fue forzándola a meterse un trozo más en la boca, provocándole más arcadas.
- Te falta algo de práctica. – se mofó él, mirando los ojillos llorosos y dolidos y le secó las lágrimas con la punta del rabo – ¿cuántos años has dicho que tienes?
- Veintiuno – contestó la chica, la carita roja por el esfuerzo y la humillación. Se apartó un mechón rojo que se le había pegado a la cara. Se frotó la barbilla en el rabo y maquinalmente volvió a metérselo en la boca. Siguió comiendo un rato más, paró para lamer la mata de pelo que cubría los huevos, y volvió a chupar frenéticamente muy esforzada en meterse todo en la boca. De pronto el hombre se apartó y se recogió el rabo entre las manos sin decir nada. Se dejó caer en el sofá y le hizo un gesto a la chica para que se levantara y se sentara sobre él. Ella se arrodilló sobre el sofá, muy abierta sobre el regazo del hombre y se echó hacia atrás, apoyándose en las rodillas de él. El hombre colocó la poya en posición vertical y ella sintió la punta entre las piernas y se dejó caer, muy despacio y soltó un gemido al notar cómo el coño se abría para dejarla paso. El hombre empujó con las caderas y ella dio un respingo y se soltó, cayó hacia adelante y apoyó la cabeza en el hombro de él, las manos aferradas a su camisa, mientras él la rodeaba por la cintura y embestía de nuevo. Ella jadeó un poco y le restregó la frente en la ropa, y sin darse cuenta empezó a besarle el cuello al hombre.
- Estás muy mojada ¿no?
- Sí. – dijo ella, retorciéndose para encontrar la posición y lanzó un nuevo gemido atiplado al sentir la poya dentro sobre el cuello de él. El hombre la recorrió con sus manos; cuello y los hombros y después se centró en los senos mientras la embestía poco a poco. Ella le buscó el mentón con la nariz y siguió besando cada parte que encontraba, hasta llegar a los labios y los recorrió suavemente con la lengua y pronto empezó a jadear y a ser ella quien empujaba con la cintura, moviéndola en círculos para poder sentir mejor aquella cosa dura contra las paredes del útero. Paró y subió los pies al sofá y comenzó a brincar sobre la poya, tratando de estrujarla dentro de su cuerpo, la boca completamente abierta, y cuando él se estrechó contra ella y empezó a mordisquearle el cuello, la chica dio un gritito ahogado y se estremeció dos o tres veces en frenéticos espasmos y después quedó completamente inmóvil y exhausta.
- ¿te has corrido? ¿quieres que paremos?
- ¿quieres cambiar? – dijo él.
- ¿así?
El hombre trajo servilletas y se limpió y le ofreció a la chica, y después se dejó caer en el sofá a su lado.
- ¿tienes un cigarrillo? – pidió ella.
- Claro.
- Debería irme. – dijo.
- Puedes quedarte a dormir. – ofreció el hombre en tono indiferente.
- No. Tengo clase mañana.
- Como quieras. – dijo él recostándose – Tu ropa está sobre la cama.
- Gracias. – dijo ella exhalando el humo. Se quedó un rato más sin decir nada y después fue al dormitorio y regresó vestida. Las manos metidas en los bolsillos, de pie enfrente del hombre – ¿te gustaría… volver a verme?
- Sí. – dijo él.
- ¿cómo te llamas?
- Julián.
- Yo Celia. – Sonrió un poco.
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