jueves, 12 de enero de 2012

La puta de la escalera

El portal se abrió y subió por las escaleras hasta la cuarta planta, todo el edificio en sepulcral silencio. Encontró las cinco puertas cerradas y buscó la que correspondía al hombre, la letra C, desde la penumbra del pasillo lateral. Sabía que si cruzaba el pasillo probablemente él abriría la puerta y ya no tendría forma de escabullirse. Apagó el móvil antes de que él volviese a llamar y dejó que pasaran los minutos, agazapada en las escaleras, reprimiendo el aterrador impulso de llamar al timbre. Subió entonces hasta la última planta, procurando no hacer el menor ruido de tacones y encontró un rincón oscuro donde ocultarse en el caso improbable de que algún vecino del bloque saliese de casa. Se quitó los zapatos y las correas de cuero de llevaba en las muñecas y los ocultó en la maceta de una de las plantas. Después se quitó los pantalones y empezó a tocarse por encima de los pantys. Decidió entonces que el juego no era suficientemente arriesgado y que tenía que buscar una forma de hacerlo más excitante. Cruzó el pasillo y bajó a la quinta planta y dejó en una esquina umbría los pantalones. Después bajó una planta más y se deshizo de los pantys ocultándolos en otra de las macetas. Recorrió el pasillo excitada y medio desnuda sintiendo el frío del linóleo en sus pies descalzos. Se quitó la camiseta y con ella en la mano bajó hasta la planta baja y la escondió tras la mesa de conserjería. De pronto se le ocurrió una idea más excitante. Recuperó toda la ropa y la hizo un ovillo entre las manos y casi sin respirar paso junto a la puerta C del cuarto piso, donde vivía el hombre y la dejó junto a la puerta. Se quitó las bragas y el sujetador y los añadió al montón. Después bajó hasta la planta del sótano, con el móvil apagado en la mano, excitada al pensar que si el hombre salía al pasillo encontraría toda su ropa. Mojada y completamente desnuda, se masturbó en el sótano pero enseguida paró al notar que estaba al borde del orgasmo. Pensó entonces que el hombre ya se habría dormido y aquella idea le fastidió el clímax de excitación. Decidió encender el móvil para comprobarlo, y la melodía de inicio resonó en la habitación vacía a pesar de que trataba de amortiguarlo entre los muslos. La había llamado dos veces. La última vez hacía media hora. Era evidente que ya no estaría esperándola. Subió las escaleras hasta el cuarto piso y contempló la ropa delante de la puerta y le hizo una foto, para mandársela al hombre al día siguiente.
Subía las escaleras hasta el sexto piso para terminar de masturbarse arriba cuando el móvil comenzó a sonar y contempló horrorizada que era maduro52. Y tras dos tonos se apresuró a colgar. Seguramente la compañía le había avisado de que el móvil volvía a estar disponible, pensó de pronto, y por un momento temió que el ruido del móvil hubiera despertado a algún vecino. Escuchó una puerta cerrarse abajo y quedó rígida entre dos escalones de la planta sexta, durante un par de minutos pero no logró percibir más ruidos. Volvió a bajar las escaleras y al llegar al cuarto se petrificó al ver que la ropa había desaparecido.
¿se habría confundido de planta? Bajó dos plantas más y volvió a subir, sin encontrar ni rastro de la ropa. Empezó a sentirse tremendamente mal; el pedo se había evaporado de golpe y la excitación se había transformado en un miedo pavoroso. Un mensaje le llegó al teléfono.
«¿sabes qué? Creo que hay una puta desnuda en mi edificio, Si la ves dile que venga al 4ºC y negociaremos.»
Pensó en el largo camino que había hasta casa y durante unos segundos se planteó seriamente recorrerlo desnuda y bajó hasta el portal, pero comprobó a través del cristal que había algo de tráfico y algunos peatones trasnochados. Fue convenciéndose poco a poco que la mejor salida era subir y hablar con el hombre.
«Puedes quedarte el dinero que hay en el bolsillo del vaquero si devuelves lo demás» escribió. No obtuvo respuesta. Esperó un rato más.
«Tienes dos minutos para subir y llamar al timbre. Si tardas más empezaré a cortar tu ropa en pedacitos y ya no habrá nada que negociar.» Ella decidió entonces tragarse el orgullo y llamarlo por teléfono, pero él colgó y al segundo intento había apagado el móvil. Entonces la chica subió apresuradamente las escaleras y se paró junto a la puerta sin atreverse a llamar.
El hombre abrió la puerta y la vio, de puntillas sobre los minúsculos pies blancos, tratando de cubrirse con las manos el pubis y los pechos, en los ojos una expresión azorada.

  • Hola. – dijo él recostándose en el marco. – ¿puedo ayudarte en algo?
  • Devuélvame la ropa, por favor.
A él le gustó que lo tratara de usted. Sonrió aviesamente y se cruzó de brazos.
  • ¿qué ropa? No sé de que me hablas…
  • Por favor. – repitió ella.
  • ¿dónde la has perdido? A lo mejor todavía podemos encontrarla.
  • La dejé delante de su puerta.
  • Ajá…¿y por qué harías una cosa así? No lo entiendo.
  • Era una especie de juego.
  • Un juego… – repitió él rascándose el mentón. – Interesante. ¿por qué no pasas y me lo cuentas todo?
El hombre se apartó y la chica atravesó el hall hasta el salón, convencida de una parte importante de su dignidad se había quedado fuera. Él la observó caminar; el culo estrecho y respingón curvándose a cada paso. Un culo joven y prieto como no había visto desde sus ya lejanos años de adolescencia. Ella buscó entre el mobiliario, pero no encontró rastro de su ropa y se volvió hacia el hombre, que se colocaba el bulto dentro de los pantalones.
  • ¿algo para beber? ¿café? ¿leche? ¿whisky?¿vodka?
  • Whisky. – dijo ella, que había notado que el hombre no tenía prisa por zanjar el asunto y se estaba haciendo a la idea de que iba a tardar un buen rato.
Servidas las bebidas, la invitó a sentarse en el sofá de cuero, y el se recostó a su lado. La chica estaba muy seria mirando hacia la televisión apagada, el vaso ancho de whisky reposando en su mano encima del coño y las delgadas piernas cruzadas.
  • Así que… Eres una especie de nudista ¿no?
  • No. Es un juego. Me gusta masturbarme en lugares públicos.
  • Entiendo. Con el morbo de que te pillen ¿no?
  • Supongo.
  • Entonces… cuando me has llamado esta noche y te he invitado a venir… lo que realmente buscabas era colarte en el edificio para masturbarte en el portal…
  • Sí – reconoció ella. – Lo siento mucho, de verdad.
  • Naturalmente. Porque te he pillado. Si no te habrías ido tan satisfecha a tu casa ¿o no?
  • Sí. – admitió la chica, esperando que su sinceridad la ayudara a aplacar el ánimo del hombre.
  • ¿No sabes que si prometes todas esas cosas a un tío y después no te presentas, le provocas un dolor de huevos insoportable? Y peor aún si te desplazas hasta el portal de su casa y llamas al timbre…
  • Dígame que quiere que haga a cambio de la ropa.
  • ¿ahora con prisas, eh? ¿y si empiezas por dejar que te vea bien las peras?
Ella retiró el brazo y lo llevó hasta el vaso que seguía en el regazo y sintió que el hombre se deslizaba en el sofá para acercarse a ella.
  • Mmmm… ¿los pezones son siempre de ese color o es que tienes frío?Ella se los pellizcó un poco y se giró hacia él para que pudiera verlos.
  • Son así.
  • Tienes unas tetitas preciosas. – dijo él muy cerca, y levantó las manos para tocarlas un poco. Ella no se quejó mientras él las hacía bailotear con pequeños golpecitos usando los dedos, blandas y puntiagudas y después tiró un poco de los pezones. – Tres dedos de diámetro… vaya.
La chica aprovechó para darle un trago largo al whisky y dejó que la manoseara un buen rato sin decir nada, hasta que el hombre le pidió que se levantara y llevándola de la mano la colocó frente a él. Una pequeña mota de pelo oscura y muy corta justo en la intersección de las piernas, a la misma altura a la que quedaba la cabeza del hombre. Notó la mirada obtusa clavada en su coño, y obedeció cuando él le pidió que separara las piernas. Mientras las manos forcejeaban por abrirse paso entre los muslos, ella se tambaleó con el vaso en la mano, y tuvo que apoyarse en el hombro de él para no caerse. Bebió otro trago larguísimo antes de que él le indicara que debía darse la vuelta. Ella soltó el vaso vacío en la mesa y sintió los suaves mordiscos del hombre en los glúteos y la baba caliente goteando de la boca. Sus dedos escarbándole en el coño cada vez con mayor insistencia. Al notar como le rozaban el clítoris sintió un pequeño espasmo y se dobló sin quererlo hacia adelante, y abrió un poco más las piernas, pero en ese momento el hombre paró de tocarla y ella se giró hacia él confundida y casi disgustada y vio que el hombre se había puesto en pie.
- Arrodíllate. – pidió él en un susurro excitado y ella entendió, mirándolo con sus ojillos verdes brillantes y se postró ante el hombre que se desabrochó el cordón de los pantalones de chándal. Ella tiró de la ropa para descubrir la lombriz arrugada que salía de entre el pelo rizado y la masajeó un poco con la mano, pero él se la apartó. – Sólo la boca. – dijo, y ella acarició al gusano con la nariz y después le dio un par de tímidos lengüetazos y lo vio crecer un poco y se lo metió en la boca. Pronto la carne fofa e insípida se hinchó dentro del paladar hasta que al final no le cabía más que una pequeña parte y se había vuelto tan dura que apenas le permitía cerrar la mandíbula. En ese momento empezó a sacársela de la boca, apretando los labios contra ella y después volvió a metérsela muy despacio y le acarició el prepucio con la lengua. Volvió a hacerlo cada vez más rápido y pronto reconoció el humillante ritmo viscoso de su propia saliva, al que nunca lograba acostumbrarse, cada vez que hacía una mamada. Levantó los ojos para estudiar la expresión del hombre, que permanecía muy serio y ni siquiera jadeaba. Trató entonces de esforzarse más, paró un momento para tragar saliva y lamió el rabo desde la base a la punta, las manos en las rodillas de él y volvió a chupar todo lo rápidamente que era capaz. El hombre empujó con la cadera y la embistió sin previo aviso y la chica tuvo que apartarse para controlar la arcada. Cuando volvió de nuevo a poner los labios sobre la poya, el hombre la sujetó por la cabeza y empezó a moverse él mismo dentro de la boca, frotándose el rabo en círculos contra los carrillos y los dientes de la chica, y después fue forzándola a meterse un trozo más en la boca, provocándole más arcadas.
  • Te falta algo de práctica. – se mofó él, mirando los ojillos llorosos y dolidos y le secó las lágrimas con la punta del rabo – ¿cuántos años has dicho que tienes?
  • Veintiuno – contestó la chica, la carita roja por el esfuerzo y la humillación. Se apartó un mechón rojo que se le había pegado a la cara. Se frotó la barbilla en el rabo y maquinalmente volvió a metérselo en la boca. Siguió comiendo un rato más, paró para lamer la mata de pelo que cubría los huevos, y volvió a chupar frenéticamente muy esforzada en meterse todo en la boca. De pronto el hombre se apartó y se recogió el rabo entre las manos sin decir nada. Se dejó caer en el sofá y le hizo un gesto a la chica para que se levantara y se sentara sobre él. Ella se arrodilló sobre el sofá, muy abierta sobre el regazo del hombre y se echó hacia atrás, apoyándose en las rodillas de él. El hombre colocó la poya en posición vertical y ella sintió la punta entre las piernas y se dejó caer, muy despacio y soltó un gemido al notar cómo el coño se abría para dejarla paso. El hombre empujó con las caderas y ella dio un respingo y se soltó, cayó hacia adelante y apoyó la cabeza en el hombro de él, las manos aferradas a su camisa, mientras él la rodeaba por la cintura y embestía de nuevo. Ella jadeó un poco y le restregó la frente en la ropa, y sin darse cuenta empezó a besarle el cuello al hombre.
  • Estás muy mojada ¿no?
  • Sí. – dijo ella, retorciéndose para encontrar la posición y lanzó un nuevo gemido atiplado al sentir la poya dentro sobre el cuello de él. El hombre la recorrió con sus manos; cuello y los hombros y después se centró en los senos mientras la embestía poco a poco. Ella le buscó el mentón con la nariz y siguió besando cada parte que encontraba, hasta llegar a los labios y los recorrió suavemente con la lengua y pronto empezó a jadear y a ser ella quien empujaba con la cintura, moviéndola en círculos para poder sentir mejor aquella cosa dura contra las paredes del útero. Paró y subió los pies al sofá y comenzó a brincar sobre la poya, tratando de estrujarla dentro de su cuerpo, la boca completamente abierta, y cuando él se estrechó contra ella y empezó a mordisquearle el cuello, la chica dio un gritito ahogado y se estremeció dos o tres veces en frenéticos espasmos y después quedó completamente inmóvil y exhausta.
  • ¿te has corrido? ¿quieres que paremos?
Ella negó con la cabeza y se colocó el pelo rojo detrás de las orejas.
  • ¿quieres cambiar? – dijo él.
La chica se apartó de encima y el hombre se puso en pie. Entonces ella gateó hasta brazo del sofá y apoyó los codos encima, arqueando todo el cuerpo y levantando el culo hacia él,
  • ¿así?
El hombre subió al sofá y se hincó de rodillas en los cojines, Acarició el coño con el dorso de la mano, después las nalgas y aferrándose a las caderas procedió a meter la poya entre la carne hirviente de ella, y enseguida encontró el hueco delicioso que buscaba y la clavó hasta dentro sin ninguna resistencia. La chica ladeaba la cabeza mirando las paredes de aquel piso desconocido con cierta curiosidad, mecida en medio del gran ajetreo. ¿Quién era aquel tío? ¿estaba casado? Se preguntó. Por fuerza tenía que dedicarse al porno para follar así, pensaba. Era bastante mayor y tenía mucho más aguante que ella. De repente, le pareció que la poya crecía dentro de ella y penetraba ahora más profundamente y tuvo que agachar la cabeza, pegando la barbilla al sofá, y se concentró en las fuertes embestidas, y enseguida empezó a jadear de nuevo. Joder, que cabrón, pensaba. Va a hacer que me corra otra vez. Trató de resistirse, apretó los cuartos traseros y se preparó para la siguiente embestida. Él notó que el cuerpecillo se tensaba y comenzó a gruñir furiosamente, imprimiendo más fuerza a los golpes de cadera. Entonces ella apretó los puños y se puso a jadear como poseída, con la boca completamente abierta, y al final no pudo resistirse y explotó en un gigantesco orgasmo que consumió todas sus energías. El siguió embistiendo a pesar de que ella ya no podía moverse, ni siquiera para liberarse, hasta que un par de minutos después le inundaba por fin las entrañas con su leche.
El hombre trajo servilletas y se limpió y le ofreció a la chica, y después se dejó caer en el sofá a su lado.
  • ¿tienes un cigarrillo? – pidió ella.
  • Claro.
Ella fumó mientras él la observaba, el pelo rojo revuelto, los ojos verdes puestos en la nube humosa y gris que despedía por los labios, el carmín rojo un poco corrido sobre su cara y las piernas blancas desnudas dobladas en el sofá. Se volvió hacia él y lo miró:
  • Debería irme. – dijo.
  • Puedes quedarte a dormir. – ofreció el hombre en tono indiferente.
  • No. Tengo clase mañana.
  • Como quieras. – dijo él recostándose – Tu ropa está sobre la cama.
  • Gracias. – dijo ella exhalando el humo. Se quedó un rato más sin decir nada y después fue al dormitorio y regresó vestida. Las manos metidas en los bolsillos, de pie enfrente del hombre – ¿te gustaría… volver a verme?
  • Sí. – dijo él.
  • ¿cómo te llamas?
  • Julián.
  • Yo Celia. – Sonrió un poco.
El hombre se levantó y la acompañó hasta la puerta. Ella lo besó tímidamente en los labios y dijo que lo llamaría. Después se perdió en la oscuridad de la escalera.

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